lunes, 11 de febrero de 2019

LA CASA AL FINAL DE LA COLINA

La "Casa del crimen" en el Portanchito:

Se encuentra dominando el valle de Valdeflores, sobre una colina, al final de una empinada cuesta.



Un camino de tierra, serpenteante, flanqueado por encinas, jaras, escobas y piruétanos, nos conduce hasta una casa, hoy en ruinas. Se mantienen los muros, la puerta, tres ventanas y, en su interior, dos ventanitas y un bello arco que permite acceder a una explanada. 

Aquí se almacenaban las herramientas y explosivos que empleaban en su trabajo los mineros de San José de Valdeflores. En el valle de Valdeflores, en uso desde los inicios del siglo XX, la mina de San José era intensamente explotada mediante su sistema de pozos subterráneos para extraer, sobre todo, casiterita por su contenido en estaño, litio y ambligonita. Una mina rica y en pleno rendimiento, donde también era frecuente encontrar filones de lepidolita, caolín o apatitos. De lo que queda de la mina y de los minerales que aún pueden hallarse por el valle, hablaremos en otra ocasión.



Entre sus mineros se encontraba uno - dicen los viejos del lugar - particularmente hosco, y que desde hacia meses se internaba en lo más profundo y oscuro de la mina, hablando solo. O eso pensaban sus sorprendidos compañeros: que hablaba solo. 

Cuando se hallaba en estado de gran embriaguez afirmaba que tenia tratos con el monje, otros dicen que quien sabe si con el diablo, de la montaña. Y el monje, o el diablo, estaba muy molesto porque los hombres robaban las riquezas de la tierra y las sacaban a la luz sin pagar el tributo en sangre.

Y llegó un diciembre y tres mineros fueron enviados a la casa, al caer el sol, para llevar unas herramientas. Y el minero que hablaba con el monje en lo más profundo de la mina, fue tras ellos. 

Y sin que los tres trabajadores lo vieran venir, un hombre en estado de delirio se lanzó sobre ellos, pico en ristre, y salvajemente los asesinó. La casa quedó cubierta de sangre.

Cuando los otros mineros subieron, pues sus compañeros tardaban en bajar, se encontraron un terrible espectáculo: ocupando las dos ventanas y la puerta, tres cuerpos sin cabeza. Los tres mineros - decapitados - estaban allí.

Y aún pudieron descubrir en el interior de la casa las tres cabezas, formando una figura geométrica: un triángulo.

Y así se pagó el tributo de sangre al monje de la montaña. Pero del minero que hablaba con él, nada se supo. Pese a las batidas que se hicieron en el Portanchito y por toda la Sierra de la Mosca, nadie lo encontró. Ni vivo ni muerto. 




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